Salgo. El cielo parece que fuera a descolgarse en cualquier
momento. No tengo ganas de volver, necesito respirar aire y mis esperanzas son
llegar a la rambla antes de que comience a llover. Aunque tuviera que volver
ensopada, lograr dar unas buenas bocanadas de aire más puro del que me rodea,
normalmente, valdrá la pena. Oxigenará mi cerebro para tener más claridad y,
así, poder tomar las decisiones óptimas.
Cuando era muy joven soñaba con algo parecido a lo que vivo,
ya no me atrevo a soñar demasiado porque quizás esa fue la razón de que el
tiempo se me pasara tan rápido.
Estoy a mitad de camino y siento cómo va llegando el olor a
tormenta. La gente camina
rápido, y los autos también apuran su marcha como si quienes van dentro
corrieran el mínimo riesgo de mojarse. Nadie respeta nada. Yo no respeto los
semáforos. De todas formas, en cada bocacalle que he cruzado, tuve que esperar
el cortejo de decenas de autos que se molestan unos a otros tratando de salir
de una emboscada para llegar a otra, lo más rápido posible.
Las primeras gotas de lluvia me salpican justo antes de
cruzar la rambla hacia el río mar. Un viento se anuncia con la brisa que crece
rápidamente. El cielo se ennegrece más desde el horizonte y se comienza a ver
las gotas chapoteando sobre las rocas.
Como hormigas suben las escaleras de la Ramirez cientos de
personas que disfrutaban de un día de sol, los niños se arremolinan alrededor
de los adultos, tratando de corretear un poco más sobre la arena blanda. El
agua está creciendo en un juego implacable contra los que descansaban sentados
o tirados cerca de la orilla. Levantan corriendo sus ropas semimojadas
esperando un milagro de sol que las seque y los deje volver dignamente vestidos
a sus casas.
Mientras miro el cuadro como que si estuviera absolutamente
fuera, respiro hondo todo lo que puedo. Ya es hora de retornar a mi pantalla
blanca. El final de un capítulo espera ser escrito y la visión casi
apocalíptica de una tormenta llegando me da la absoluta seguridad de que he
conseguido ver un poco más del comportamiento de los montevideanos que me
rodean.
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