Hora 7 del día en que se acabaría el mundo.
Me despierta el teléfono, está oscuro y calculo que deben ser alrededor de las cinco de la madrugada. Antes de atender miro el número en el captor, es mi hijo menor y al responder me pide que lo alcance en el auto porque viene caminando. Es absolutamente independiente para decidir lo qué hacer y cómo, pero a la hora de ir y volver (muchas veces) queda la independencia de lado y quien esté disponible tiene que salir corriendo a llevarlo o buscarlo según la situación. Correr, exactamente así, sin demoras, sin retrasos. Ahí miro la hora, y son casi las siete de la mañana. A pesar del otoño, sigue un calorcito pesado por el que decido salir en manga corta de la que no me arrepiento. Arranco entrefrenando en todas las esquinas, hay demasiada soledad y cualquiera cruza como si tal cosa aunque el semáforo diga rojo. Los jóvenes vuelven de sus trasnochadas en grupos y en silencio.
Tanteo el teléfono apagado, y dos cuadras más allá de donde estoy lo veo venir, al subir, el reclamo natural en él "demoraste tanto". Manejo en el máximo silencio ya sea por no tener una discusión innecesaria como también para ir preparando mis oídos y mi cuerpo a seguir soñando.
Hora 10 del mismo día
Suena nuevamente el teléfono. Cada fin de semana insiste en sonar a cualquier hora. Es mi hija, está en el mercado y quiere saber si necesito que me compre algo. Está maravillada en esa fiesta de colores y sabores que se adueña de los sentidos. Y, obviamente compra, como que si, al llegar a su casa, los colores se reprodujeran sin ton ni son. No se me ocurre nada que pueda necesitar, aunque si pensara mejor sabría que necesito de todo un poco. Nuevamente me acomodo con el cuerpo compañero y casi amoldándonos le digo cualquier cosa para saber si, aun durmiendo, me sabe ahí. No me responde y cuando cierro los ojos para tratar de volver a dormir (solo con la necesidad de saber que no estoy obligada a levantarme) me responde con un chiste que nos hace reír a dúo durante unos cuantos segundos, para volver a cerrar los ojos sabiéndonos y dormir.
Hora 11
Otra vez, es el teléfono que nos despierta pero nos sacudimos la pereza y salgo corriendo a preparar café y calentar el agua del mate.
Nos despegamos por un rato mientras él se dirige a una de sus ferias obligadas, la de los sábados, a la que unas muy pocas veces acompaño con el mate. Yo acomodo algunas cosas a mi paso y me siento en el ordenador para ver las novedades, noooo, las noticias no!! esas no me importan! solo las novedades.
Todos dicen algo sobre que se termina éste nuestro mundo. Será la necesidad, esa tan humana, de asegurarse de la existencia de algo más allá? Chistes o no, de última, es el tema del día.
Salgo al balcón, suena nuevamente el teléfono, vuelvo al balcón y escucho, oigo, siento el silencio detrás de cada ruido. Calma. Un sol que me habla de éste otoño por la inclinación de su elipse, pero no por la fuerza que detenta. Podría ser un día de diciembre o de marzo.
Hora 13
Supermercado. Maldito y bendito supermercado. Todos siguen hablando de lo mismo aunque muchos lo hagan como un chiste. Noto mi madurez... madurez?? qué digo? Bueno, noto que con los años ya dejo de ser tan crédula y el miedo no se apodera de mí, sólo me dan ganas de escribir. Al fin vuelvo a tener esa necesidad de dejarlo todo y enfrentarme a una pantalla con página vacía a esperar a ver qué sale. Mientras tanto, cocino. Eso que hago todos los días como método de supervivencia y que en los fines de semana da paso al placer de cocinar tranquila, sin apuros, sin estrés. Mientras se cocinan mis palabras en mi alma. Luego puedo servirlas como en una fiesta de sopa de letras.
Hora 16
Ya almorzamos, los cuatro, en familia. Maravillosa familia por la que doy las gracias todos los días. Faltan los anexos, pero los que ahora componemos la básica hemos logrado una armonía que se parece a la imperfección total. Maravillosa imperfección. Además los anexos los tenemos muy cerquita y eso nos da la idea de totalidad. Niños que suben los 33 escalones cada día a buscar algo o a traer algo. Niños que cantan a viva voz con su madre (mi, nuestra, hija, hermana). Niños corriendo hacia la cancha de fútbol porque se les hace tarde para el partido en el que se juegan la vida.
Niños que no comen porque prefieren jugar un rato más al play o en la computadora. Niños avanzados de éste principio de siglo XXI. Que nos exigen a los padres, abuelos, bisabuelos, tíos y demás, toda la atención. Que la logran, con la esperanza de crear un mundo un poco mejor para ellos y sus hijos, y los hijos de sus hijos, porque convengamos ...
éste mundo todavía puede albergar a muchos más, si todos nos comprometemos en ello, está en nuestras, mis, tus, sus manos.