Recorro visualmente el espacio que desde hace tiempo me contiene. Es este espacio en el que me refugio día a día, dentro de mi propia casa, y que a veces siento que invaden alguno de mis hijos. Acá tengo todo lo necesario para pasar muchas horas: la computadora, libros, música, un ventilador y una estufa antiquísima para el invierno. De tanto en tanto salgo a buscar algo. Puede ser alguna de las infusiones que acostumbro a ingerir, o cualquier otra cosa. Es como una recorrida para corroborar que todo está en orden. No perfecto, porque sería demasiado pedir.
También están los elementos de trabajo. Ese trabajo que algunas veces me da la posibilidad, por algunos segundos, de sentir que estoy haciendo algo creativo. Aunque lo de creativo lo dejo para él. Él que se sienta durante algunos minutos y me da un listado oral de cosas para ir haciendo.
“Si tenés ganas” Así comienzan sus frases cuando hay cosas para hacer. Porque sabe que es inútil darme algo para hacer si no tengo ganas. Pero de la misma forma sabe que cuando las tengo, paso muchísimas horas encerrada en mí misma trabajando sin pausa.
Ahora sin ir más lejos tendría que estar ocupando mi tiempo en entelar dos grandes futuros cuadros. Esos en los que aparece una fachada muy parecida a la de mi casa. Con puertas que la mayoría de las veces están cerradas. Muchas veces me paré frente a uno de esos cuadros preguntándome qué habrá detrás de esa puerta tan hermética. Quedo fascinada cada vez que deja una puerta medio abierta. Cruzo en mi imaginación el umbral, y voy agregando elementos aquí y allá. A partir de lo poco que me muestra esa hoja abierta recreo el resto del espacio. Hay veces que hasta invento las historias de quienes podrían vivir allí. Según lo poco que se ve, ya sé si se trata de un hogar o pensión familiar.
Para mí un cuadro es como un libro que te deja descansar los ojos.
Lo escucho abrir la puerta, y sé que es él. Trae el mejor de sus rostros. Pero me ve ahí.
- ¿café?
Es como decir: “Ya que no hiciste nada útil, al menos podrías tener hecho un café.” Y yo, sin poder explicar lo bueno que es sentarse frente a una hoja y escribir, busco mil excusas de las que ninguna sale de mis labios. Me mira con un reproche al que no puedo responder más que con enojo. Se me hace imposible explicar cuáles son mis tiempos. Pero son únicos. Algunas veces trabajo desde que me levanto hasta que me acuesto. Incansable. Otras, como dando lástima ando dando vueltas y vueltas alrededor de la casa durante todo el día.
Cada día trae consigo diferentes posturas frente a ésta vida que no quiero desperdiciar y que veo escabullirse rápidamente. Pánico me da ese torbellino de segundos y de minutos que se transforman en horas que no vuelven.
Entonces agarro un libro y me siento en éste espacio que siento tan mío, aunque pocas cosas hice para que así lo sienta. Y espero el momento en que el café esté listo y, aunque demasiado cargado para mi gusto, él vuelva con su mejor sonrisa para sentarse a mi lado a disfrutarlo.