Blanco y Negro

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Juntos... un huracán...

miércoles, mayo 03, 2006

VESTIGIOS DEL MAR

VESTIGIOS DEL MAR
Llegó el otoño y a mi lado aparecen los últimos vestigios de mis vacaciones. Unos caracoles. De los que junté en mi último día en el océano. Para que me acompañaran en la odisea del invierno. Esos días en que me quedo quieta, acurrucada por el frío que llega hasta los huesos. Esos caracoles serán los que me sacudan la modorra del invierno.
Acá están, y llegó el otoño, y todavía no les preparé la bolsita en la que los iba a guardar para abrirla en algunas ocasiones nomás. Debe de ser por eso que el clima me está dando una tregua y aunque pasando la primera semana de abril, del frío ni se habla, por suerte. Pero prometo que ahora mismo, después de escribir lo que me inspiraron, voy a preparar esa suerte de hechizo que me prometí. Para regalármela, y el veintiuno de junio, día del cumpleaños de mi abuela María que de puro contra se murió en pleno verano, la voy a abrir para verlos y recordar ese día de verano en que los recogí. Y creo que la abuela María llega a mi memoria no sólo por el día del cumpleaños, que es el día más corto del año y en el que comienza el invierno. Creo que me llega a la memoria como lo hizo éste verano en mis vacaciones que fueron en la Paloma, justo en el mismo lugar donde estaba aquel día de enero en que nos llamaron para avisar que estaba internada. Y no puedo olvidar el viaje interminable desde el balneario hasta la sala del sanatorio. Donde al verla tan bien, creí que por suerte lo peor había pasado. Aunque escuché el comentario de que el período crítico demora en pasar setenta y dos horas. Y no las pasó. Y acá estoy cerrando los ojos para recordar su mirada clara. Su cara de angustia eterna. Su sonrisa triste.
¿Por qué siempre tenía ese dejo de angustia en su rostro? Nunca pude saberlo. Me desespero cuando no puedo recordar su cara. La voz muy pocas veces la vuelvo a sentir nítida en mis recuerdos. Y acá estoy yo, con mis caracoles y piedritas que al traerme la imagen de mi abuela, también me traen su olor. Ese que es el único que reconocería entre muchos, y que nunca más sentí desde que se vació su casa. Voy a tener que hacer la bolsita...
Y se me llega el invierno, el frío congeló mis huesos cuando salí hoy temprano. Me niego a estrenar el fuego en la estufa que está, no sé bien en qué rincón esperando a que me decida. El frío duele, congela las ganas, enfría los sentimientos, llego de la calle directamente hacia donde están un poco desperdigados mis vestigios de verano. Entonces me prometo “Hoy sí, antes de prender la estufa, así medio congelada y acurrucada abajo de una manta coso la bolsita.” Así por fin dejo al invierno asomarse a mi ventana. Porque nada me importa. Porque tengo el hechizo para que se dé media vuelta y vuelva sobre sus pasos. Tengo el poder de detenerlo ahí.
Y cuando entre en mi casa, cansada y agobiada del frío, brillará el sol de verano desde ese pequeño espacio que le tengo destinado. Entonces me voy a sentir refugiada de verdad, y no como ahora, que tiemblo debajo de la manta pero que no sé bien cuál es el motivo que me detiene cada vez que tomo la decisión.

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